No me gusta el café, pero no sé por qué razón siempre voy a la cafetería a dos cuadras de mi casa. Empecé a ir porque necesitaba un lugar tranquilo donde trabajar. Llevaba mis papeles y la computadora; compraba un jugo y algo para comer, pero nunca café. Es un poco ilógico que mi aborrecimiento por éste se vuelva después en mi ilusión.
Fue un día cualquiera, un día que yo me encontraba ahí como siempre. Era un jueves. Concentrada en terminar la presentación de un trabajo, solo le había prestado atención a la pantalla de mi computadora. Tenía una fecha límite y faltaba mucho por hacer. Fue en ese momento, de tensión y confusión, que tu reflejo apareció en mi pantalla. Todas mis preocupaciones parecieron desaparecer.
Te habías sentado atrás mío. Con tu vaso de café en una mano y mi libro favorito en la otra. Si es que algunos piensan que el amor a primera vista no existe, es porque nunca te vieron, no de esa forma.
Me quise concentrar de nuevo en mi trabajo, pero fue en vano. Habías capturado mi total atención. Mis pensamientos parecieron disolverse en tu reflejo. Tu pelo desordenado, tus ojos perdidos, tus labios. Tus dedos al pasar las páginas del libro, tu mano acercando el vaso hacia tu boca, cómo tomabas el café y cómo en tu cuello se notaba la trayectoria. Y cómo de la nada levantaste la mirada y tus ojos se quedaron viendo directamente a mi pantalla, directamente a mí.
Reí, pues no sabía que otra cosa hacer. Me habías descubierto contemplándote, admirándote, - me arriesgaré y diré también- enamorándome. Tú sonreíste y continuamos cada uno con lo suyo. Tú con tu lectura, yo con mi trabajo; aunque era casi imposible.
Al no poderme concentrar, decidí que lo mejor sería acercarme a saludar. Es algo que no suelo hacer, pero… ¿Nunca has conocido a alguien que te quita el aliento, que te invade en los sueños?
Con la excusa más típica empecé la conversación.
- ¿Tienes encendedor?
- No, lo siento. No fumo.
- Bueno, no importa… ¿Mario Bendetti?
- Sí, La Tregua, me encanta.
- A mí también– y una sonrisa se dibujó en ambos rostros.
Me invitó a sentarme y acepté. Conversamos un largo rato y encontramos muchas cosas en común. El libro, la música, el arte, el cine… Perdí la noción del tiempo y recordé que aún tenía trabajo por terminar. Le agradecí por la conversación y me disculpé pues, lamentablemente, me tenía que ir. Me preguntó:
- ¿Te puedo llamar un día de estos?
Le respondí escribiendo en un pedazo de papel mi número con mi nombre, alcanzándoselo con una sonrisa y él recibiéndola con otra.
No pasaron más de 2 días cuando recibí su llamada y una invitación para salir. Mientras sentía como toda la alegría invadía mi cuerpo, un recuerdo irrumpió mi mente. Me senté y me pregunté si salir con éste chico, “el chico de mis sueños”, era lo más correcto por hacer. Ser infiel y salir con él. Ser desleal y salir con él.
Como si adivinara lo que ocurría dentro de mi mente, recibí la llamada de quién ocupaba mis pensamientos en ése preciso momento. No el “chico de mis sueños”, recibí la llamada del “chico de mi realidad”. Me sorprendí pues no sueles llamar a esa hora.
Llamabas para preguntar cómo estaba, sentías que algo andaba mal. Sentías que había decidido no esperar. Te conté lo que había pasado, de todo lo que hablé con el chico de la cafetería y que íbamos a salir. No podías creerlo y las últimas cinco palabras que lograste decir retumbaron dentro de mí el resto de la noche.
- Un sin sabor nada más.
Un sin sabor.
Muchas veces nos confundimos con la ilusión. Muchas veces nos dejamos llevar por esos impulsos incorrectos. Por las noches me sigues haciendo falta. Sé que estás lejos, que me extrañas como te extraño yo.
Y es que realmente, estoy cansada de no estar contigo.