miércoles, 15 de diciembre de 2010

Walking around



Es un nuevo día y ella recién cierra los ojos. El sol la obliga a cerrarlos. “Tienes que dormir”, le dice a través de su pequeña ventana. Los rayos de luz han entrado a la habitación iluminándola por completo y ella solo piensa en dormir. No es que tenga sueño, pero no puede imaginar que haya pasado toda la noche despierta pensando en eso. Tiene qué dormir.

Dos horas después se levanta. Dormir ha dejado de ser una opción. Eso ha llegado a invadir su sueño y lo ha convertido en pesadilla. ¿Qué hacer ahora para no pensar en algo así?

Pide consejos:
Sal a caminar.
- Anda al cine.
-  Escribe.
-Toma algo.

“Ése. Ése último es el consejo indicado.” Se había quedado dormida con la ropa puesta así que no necesitó cambiarse para salir. Caminó pocos pasos hasta llegar a la licorería que quedaba en la esquina de su calle. “Dame un pisco, hoy me siento peruana”, le dijo al encargado. En seguida lo guardó en su bolso. Éste solo contenía un vaso pequeño que había cogido antes de salir, sus llaves, su celular y un monedero que casi no usaba.

No sabía exactamente hacia dónde ir. Afuera de la licorería, abrió la botella, sacó el vaso y se sirvió un poco. Se lo tomó de golpe y decidió caminar sin rumbo.

Ella creía un poco en las casualidades, en las señales y el destino. “Cuando uno no busca, encuentra”, pensó.

Caminó por la larga avenida hasta que se dio cuenta que estaba yendo de frente. Así iba a saber exactamente en dónde iba a terminar. Dobló a la izquierda y se metió en el laberinto de callecitas del distrito. De frente, izquierda y luego derecha unas tres cuadras e izquierda otra vez.

Mientras caminaba iba tomando el pisco que había comprado. Paraba, se servía y se lo tomaba. Después de varias cuadras, este procedimiento se volvió muy tonto y agotador. Decidió aplicar la ley del mínimo esfuerzo y tomar del pico de la botella.

Caminar y tomar, emborracharse en movimiento. Aquella acción la ayudaría a olvidarse de eso, aunque sabía que ésa no era la forma adecuada de hacerlo. Pero no le importaba, puedo decir con seguridad que ya no le importaba nada. Ni eso ni ninguna otra cosa más, nada.

“Olvidar, es el fin de este día”, le dijo a la persona que pasaba a su lado. Era un hombre solitario, se le notaba en los ojos. Había dado un pequeño salto al escuchar a la extraña hablarle, un sobresalto producto de la sorpresa y el olor a licor que desprendía la desequilibrada joven. Siguió de largo, él sí sabía a dónde iba.

Ella se río. Creo que en ese estado cualquiera comienza a reírse solo. No sé que habrá estado pensando, sus pensamientos se volvieron confusos y borrosos luego de beberse casi más de la mitad de la botella.

Estaba perdida, pero ella no lo sabía. Seguía caminando esperando llegar a algún lugar o encontrarse con alguna persona. El destino siempre fue tan cruel con ella. Siempre esperaba y el destino no le traía nada. Sólo eso y hubiera preferido no recibirlo nunca.

Ha dejado de reírse, creo que ahora está un poco molesta o se ha dado cuenta que no tiene idea de dónde está. Levanta la mano y pide un taxi. Le dice que la lleve a Miraflores. “Al puente Villena, por favor”. Le entregó un billete de 50 y el taxista ni se cuestiona el destino.

Las luces que pasaban a gran velocidad por su ventana formaban imágenes que la llegaron a marear. “Pare”, le dijo al conductor. “¡PARE!”, gritó. De un golpe abrió la puerta y sacó la cabeza mirando hacia el sucio suelo. Ella lo ensució aún más, dejando allí lo poco que había comido durante el día. Cerró la puerta, se limpió la boca y continuaron el camino.

Cuando llegaron, ella le agradeció al taxista por la cortesía. “Gracias por no ser un asesino-violador”, le dijo cerrando la puerta detrás de ella. El sol ya empezaba a ocultarse, verlo desde allí era casi increíble. Pero ella no observaba el atardecer, miraba los carros pasar por debajo del puente, tan rápidos.

Levantó la mirada, llegó a ver el último segundo naranja en el horizonte antes de dar media vuelta y caminar por el malecón. Pasó por el Parque del Amor y aceleró el paso. El mismo nombre hacía que odiará aún más ese parque.
Al cruzarlo, su ritmo volvió a la normalidad.

La botella de pisco ya se había terminado y la había botado en uno de esos tachos que se parecían al personaje de La Guerra de las Galaxias. Le había provocado un vino, con la brisa del mar siempre llegaban esta clase de antojos. La nostalgia.

Eso se comienza a insinuar en su memoria.

Lo único que recordaba a esa hora era el vino que solía tomar en el malecón años atrás. Malas costumbres de escaparse de su casa en la madrugada para encontrarse con él, que la esperaba con la misma botella en la mano en el parque de siempre.

Mientras se acercaba al sitio donde solían sentarse, todo comenzó a darle vueltas. Cayó sobre el pasto húmedo y una fría oscuridad la envolvió.

No sabe cuánto tiempo pasó hasta que volvió a abrir los ojos. Estaba echada, envuelta entre sus sábanas y con la misma ropa del día anterior. Su bolso estaba tirado a los pies de la cama. No tenía idea de cómo llegó hasta allí. No recuerda nada.

Piensa que tal vez fue un sueño, pero… Levantó la mirada hacia su escritorio y vio una botella de vino, la etiqueta le resultaba tan conocida pero no sabía de dónde.

¿Habría estado ahí él, en el mismo lugar de siempre, esperando? Parecía algo imposible, hacía tiempo que él se había marchado lejos. Hace tiempo que él ya no estaba aquí.

Era algo imposible y no lo creía, bajo ningún motivo, cierto. Aunque no llegaba a comprender o recordar del todo lo que había sucedido el día anterior, se levantó de la cama con decisión.

“Parece que llegué a encontrar algo sin buscarlo”, dijo. Y se terminó lo que quedaba de la botella de un solo trago.

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