Noche de Luna Llena
Así es como se llama el tour nocturno al Cementerio Presbítero Maestro, que nos permite conocer un pasaje de la historia peruana y la de sus silenciosos moradores
Es un jueves por la tarde, 6:20 p.m. Me encuentro parada en una esquina de la Av. Arequipa esperando la llegada de mis compañeros. Las miradas de los transeúntes me hacen sentir un poco incómoda, ya que una mujer sola en la esquina de esta gran avenida suele tener otros fines lucrativos.
Me hago de la vista gorda hasta que llegan mis esperados compañeros y nos trepamos al único taxi que nos recibió con los brazos abiertos. Un Tico. Apretados en sus incómodos asientos pasamos esa hora interminable de tráfico escuchando y cantando, junto con el conductor, una sabrosa cumbia. Ya hemos llegado a la Plaza San Martín, a 3 cuadras de nuestro destino y estamos tarde. Decidimos que la mejor solución para este tráfico sería: empezar a correr.
Así fue como llegamos – mejor tarde que nunca – a la Beneficencia de Lima, ubicada en la cuadra 3 del Jr. Carabaya, sudados y agitados. Para nuestra suerte un bus se había quedado a esperar a aquellos que el tráfico los había detenido, es decir, a nosotros.
El primer paso dentro del Cementerio fue como retroceder en el pasado, entrar en una máquina del tiempo. Son más de 200 años de historia (desde 1808) albergada en este extenso camposanto, ubicado en la zona de Barrios Altos. En 1972 fue declarado Patrimonio Monumental y el 9 de junio de 1999 se convierte en Museo.
El tour empezó con un pequeño poema no tan aplaudido, seguido por el relato actuado de dos exitosos cuentos peruanos: “El caballero Carmelo” y “Hueso y pellejo”, los cuales de seguro hicieron saltar desde sus tumbas al mismo Valdelomar y al mismo Ciro Alegría.
El cronograma de esta visita guiada era seguir por las tumbas de los personajes más importantes de la historia peruana, tales como presidentes, héroes de guerra y los literatos más resaltantes.
Pero nosotros queríamos conocer la otra cara de este museo-cementerio, queríamos conocer “la ciudad de los muertos”. Así que nos separamos del grupo. Nuestra misión más importante era la de encontrar las tumbas más tenebrosas, y la encontramos. Cerca del monumento-tumba de Ramón Castilla se encontraba una cripta que tenía las rejas abiertas. Oxidadas y con un ramo que algún familiar colocó hace muchos años atrás y que ahora se encuentran marchitas y olvidadas.
- Yo le tengo respeto a los muertos, yo no entro.
Con la cobardía que se apoderaba de mí, decidí limitar mi rol al de un simple fotógrafo mientras mis amigos comenzaban a descender esas siniestras escaleras. Entraron y cerraron la reja. Dentro se encontraron con que la tumba estaba abierta, pero eso no los detuvo. Fue una larga sesión de fotos en la cual, yo, por haber sido gallina del grupo, esperé con paciencia.
Luego, con la adrenalina ya en la sangre, – o más bien, en la de ellos – decidimos ir en busca de más aventuras.
Nos encontramos con dos chicos que nos dieron la ubicación exacta de un susto seguro. Decidimos asustarnos. Caminamos entre un laberinto de nichos, sin un guía y confiando solo en nuestros nuevos amigos. En el camino se nos habían unido algunas personas, felizmente ningún ladrón que quería aprovechar la oscuridad y el pánico para llenarse los bolsillos.
Llegando al lugar esperado nos dimos cuenta que nos encontrábamos rodeados de nichos de niños no mayores de 3 años.
Según lo contado en el camino, nuestros nuevos amigos aseguraban haber visto anteriormente algunos niños caminando perdidos y haber escuchado unas risas y unos golpes. El miedo corría en la sangre de todos, pero solo una persona lo demostraba. No sé cómo explicarlo pero sentí dentro de mí todo muy frío y todo muy oscuro. El miedo se había apoderado de mí, ya no controlaba mi cuerpo. Entre susurros que lograba decir y que el resto lograba apenas escuchar, decía: “Por favor, ¿ya nos podemos ir?”. Obviamente nadie le hacía caso a la chica que estaba temblando. Finalmente logramos salir de ese laberinto de tristeza y dolor. Finalmente, decidimos unirnos a un grupo con un guía.
Nos incorporamos a un grupo que observaba la tumba de Manuel Pardo. La guía explicaba que toda la familia Pardo estaba enterrada en esa zona. A mí lo que me interesaba era la Cripta de los Héroes, la cual nos habían dicho (talvez mentido) que la habían abierto solo para esta ocasión especial.
Mientras esperaba las instrucciones del guía para avanzar, se hicieron apreciar todas las magníficas estructuras que había en el lugar. Según el folleto que entregaron al principio de este recorrido, “el cementerio Presbítero Maestro alberga más de 850 tumbas, monumentos y mausoleos; y alrededor de 220 000 nichos dispuestos en 350 cuarteles.
Todas las esculturas son exponentes de la época de los siglos XIX y XX en Lima, que durante el “boom” de la explotación guanera las estatuas de mármol se convirtieron en una exigencia social, símbolo de status y prestigio. Es por eso que aquí yacen los personajes que han forjado la historia del Perú.”
La orden de avanzar llega a mis oídos, interrumpiendo mis pensamientos. Pero es hora de ir a visitar aquel lugar prometido. La Cripta de Los Héroes es un lugar gigantesco, con muchas gradas y una gran cúpula en la parte superior. La arquitectura del lugar me asombra desde que mis ojos hicieron primer contacto con el lugar. Entramos.
Lo primero que llego a observar son las grandes tumbas a mi alrededor, de mármol y con el nombre del presidente en letras de color oro. En la parte inferior se encuentra en el medio de todo, la tumba de Cáceres y alrededor las tumbas de los héroes de batallas como la de Miraflores.
Ya es hora de regresar a los buses que nos trajeron a este lugar tan increíble que al igual que la historia, muchos la olvidan. Ha sido un gusto haber visitado este lugar, un gusto haber admirado tanta belleza, tanto arte. Pero un gustazo a aquel habitante permanente que llegó a asustarme respirando detrás de mi cabeza, lenta y pausadamente. Sin duda alguna me llevo mucho más que conocimiento a casa, me llevo también el susto de mi vida.



buena pulpin
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