miércoles, 15 de diciembre de 2010

Antes



Antes, cada vez que escuchaba su nombre volar por las ondas del sonido hasta llegar a sus oídos, volteaba lenta y pausadamente. En esos segundos que demoraba en voltear, esperaba que la persona que la llamaba se acercara a ella. Le gustaba mirar directamente a la persona al hablar, adivinar lo que los ojos decían cuando las palabras callaban. Creo que nadie fue nunca capaz de mentirle, no a esos ojos.

Antes, su pelo se movía al ritmo del viento. Pero no de una manera desordenada y sin armonía, sino con esa rebeldía de las puntas no queriendo seguir al resto del largo de su pelo. Solía andar con cola, aunque la tuviera por poco tiempo pues se la soltaba al instante. A veces pensaba que era un plan que ella tenía para robarle el corazón a aquellos despistados por su hermosura, a aquellos que esperaban para contemplar cómo cada uno de todos sus pelos se liberaban.

Antes, cuando sonreía, sus ojos brillaban más que el Sol, más que la Luna en una noche completamente despejada. Brillaban más que las luces de todas las estrellas juntas y cegaba a quien no estuviera acostumbrado a tal intensidad de luz. A su lado, todos los días parecían verano. Es por eso que creo que paraba rodeada de muchas personas y cada una de ellas compitiendo por quién la hacía sonreír más. Recuerdo que una vez fui yo quien ganó.

Antes, su risa era reconocida por todo quien la conociera. Esa perfecta combinación de notas que comprendían la melodía de su risa, era inconfundible. Sabías que habías llegado al lugar correcto con tan solo escucharla reír. Lo sabías y lo confundías con el cielo. Creo que jamás aprendí tantos chistes y bromas en mi vida, todos saben con qué fin.

Estaba enamorado de ella.

Antes, ella estuvo entre mis brazos mientras dormíamos.

Antes, ella estuvo entre mis brazos mientras se desangraba luchando por su vida.

Ahora…

Ahora, ella ya no está conmigo.

Walking around



Es un nuevo día y ella recién cierra los ojos. El sol la obliga a cerrarlos. “Tienes que dormir”, le dice a través de su pequeña ventana. Los rayos de luz han entrado a la habitación iluminándola por completo y ella solo piensa en dormir. No es que tenga sueño, pero no puede imaginar que haya pasado toda la noche despierta pensando en eso. Tiene qué dormir.

Dos horas después se levanta. Dormir ha dejado de ser una opción. Eso ha llegado a invadir su sueño y lo ha convertido en pesadilla. ¿Qué hacer ahora para no pensar en algo así?

Pide consejos:
Sal a caminar.
- Anda al cine.
-  Escribe.
-Toma algo.

“Ése. Ése último es el consejo indicado.” Se había quedado dormida con la ropa puesta así que no necesitó cambiarse para salir. Caminó pocos pasos hasta llegar a la licorería que quedaba en la esquina de su calle. “Dame un pisco, hoy me siento peruana”, le dijo al encargado. En seguida lo guardó en su bolso. Éste solo contenía un vaso pequeño que había cogido antes de salir, sus llaves, su celular y un monedero que casi no usaba.

No sabía exactamente hacia dónde ir. Afuera de la licorería, abrió la botella, sacó el vaso y se sirvió un poco. Se lo tomó de golpe y decidió caminar sin rumbo.

Ella creía un poco en las casualidades, en las señales y el destino. “Cuando uno no busca, encuentra”, pensó.

Caminó por la larga avenida hasta que se dio cuenta que estaba yendo de frente. Así iba a saber exactamente en dónde iba a terminar. Dobló a la izquierda y se metió en el laberinto de callecitas del distrito. De frente, izquierda y luego derecha unas tres cuadras e izquierda otra vez.

Mientras caminaba iba tomando el pisco que había comprado. Paraba, se servía y se lo tomaba. Después de varias cuadras, este procedimiento se volvió muy tonto y agotador. Decidió aplicar la ley del mínimo esfuerzo y tomar del pico de la botella.

Caminar y tomar, emborracharse en movimiento. Aquella acción la ayudaría a olvidarse de eso, aunque sabía que ésa no era la forma adecuada de hacerlo. Pero no le importaba, puedo decir con seguridad que ya no le importaba nada. Ni eso ni ninguna otra cosa más, nada.

“Olvidar, es el fin de este día”, le dijo a la persona que pasaba a su lado. Era un hombre solitario, se le notaba en los ojos. Había dado un pequeño salto al escuchar a la extraña hablarle, un sobresalto producto de la sorpresa y el olor a licor que desprendía la desequilibrada joven. Siguió de largo, él sí sabía a dónde iba.

Ella se río. Creo que en ese estado cualquiera comienza a reírse solo. No sé que habrá estado pensando, sus pensamientos se volvieron confusos y borrosos luego de beberse casi más de la mitad de la botella.

Estaba perdida, pero ella no lo sabía. Seguía caminando esperando llegar a algún lugar o encontrarse con alguna persona. El destino siempre fue tan cruel con ella. Siempre esperaba y el destino no le traía nada. Sólo eso y hubiera preferido no recibirlo nunca.

Ha dejado de reírse, creo que ahora está un poco molesta o se ha dado cuenta que no tiene idea de dónde está. Levanta la mano y pide un taxi. Le dice que la lleve a Miraflores. “Al puente Villena, por favor”. Le entregó un billete de 50 y el taxista ni se cuestiona el destino.

Las luces que pasaban a gran velocidad por su ventana formaban imágenes que la llegaron a marear. “Pare”, le dijo al conductor. “¡PARE!”, gritó. De un golpe abrió la puerta y sacó la cabeza mirando hacia el sucio suelo. Ella lo ensució aún más, dejando allí lo poco que había comido durante el día. Cerró la puerta, se limpió la boca y continuaron el camino.

Cuando llegaron, ella le agradeció al taxista por la cortesía. “Gracias por no ser un asesino-violador”, le dijo cerrando la puerta detrás de ella. El sol ya empezaba a ocultarse, verlo desde allí era casi increíble. Pero ella no observaba el atardecer, miraba los carros pasar por debajo del puente, tan rápidos.

Levantó la mirada, llegó a ver el último segundo naranja en el horizonte antes de dar media vuelta y caminar por el malecón. Pasó por el Parque del Amor y aceleró el paso. El mismo nombre hacía que odiará aún más ese parque.
Al cruzarlo, su ritmo volvió a la normalidad.

La botella de pisco ya se había terminado y la había botado en uno de esos tachos que se parecían al personaje de La Guerra de las Galaxias. Le había provocado un vino, con la brisa del mar siempre llegaban esta clase de antojos. La nostalgia.

Eso se comienza a insinuar en su memoria.

Lo único que recordaba a esa hora era el vino que solía tomar en el malecón años atrás. Malas costumbres de escaparse de su casa en la madrugada para encontrarse con él, que la esperaba con la misma botella en la mano en el parque de siempre.

Mientras se acercaba al sitio donde solían sentarse, todo comenzó a darle vueltas. Cayó sobre el pasto húmedo y una fría oscuridad la envolvió.

No sabe cuánto tiempo pasó hasta que volvió a abrir los ojos. Estaba echada, envuelta entre sus sábanas y con la misma ropa del día anterior. Su bolso estaba tirado a los pies de la cama. No tenía idea de cómo llegó hasta allí. No recuerda nada.

Piensa que tal vez fue un sueño, pero… Levantó la mirada hacia su escritorio y vio una botella de vino, la etiqueta le resultaba tan conocida pero no sabía de dónde.

¿Habría estado ahí él, en el mismo lugar de siempre, esperando? Parecía algo imposible, hacía tiempo que él se había marchado lejos. Hace tiempo que él ya no estaba aquí.

Era algo imposible y no lo creía, bajo ningún motivo, cierto. Aunque no llegaba a comprender o recordar del todo lo que había sucedido el día anterior, se levantó de la cama con decisión.

“Parece que llegué a encontrar algo sin buscarlo”, dijo. Y se terminó lo que quedaba de la botella de un solo trago.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Fuera




Ahora te siento más lejos
Como cuando la punta de tu pelo
extraña la punta de mis pies.

Estoy cansada de no estar contigo




No me gusta el café, pero no sé por qué razón siempre voy a la cafetería a dos cuadras de mi casa. Empecé a ir porque necesitaba un lugar tranquilo donde trabajar. Llevaba mis papeles y la computadora; compraba un jugo y algo para comer, pero nunca café. Es un poco ilógico que mi aborrecimiento por éste se vuelva después en mi ilusión.

Fue un día cualquiera, un día que yo me encontraba ahí como siempre. Era un jueves. Concentrada en terminar la presentación de un trabajo, solo le había prestado atención a la pantalla de mi computadora. Tenía una fecha límite y faltaba mucho por hacer. Fue en ese momento, de tensión y confusión, que tu reflejo apareció en mi pantalla. Todas mis preocupaciones parecieron desaparecer.

Te habías sentado atrás mío. Con tu vaso de café en una mano y mi libro favorito en la otra. Si es que algunos piensan que el amor a primera vista no existe, es porque nunca te vieron, no de esa forma.

Me quise concentrar de nuevo en mi trabajo, pero fue en vano. Habías capturado mi total atención. Mis pensamientos parecieron disolverse en tu reflejo. Tu pelo desordenado, tus ojos perdidos, tus labios. Tus dedos al pasar las páginas del libro, tu mano acercando el vaso hacia tu boca, cómo tomabas el café y cómo en tu cuello se notaba la trayectoria. Y cómo de la nada levantaste la mirada y tus ojos se quedaron viendo directamente a mi pantalla, directamente a mí.

Reí, pues no sabía que otra cosa hacer. Me habías descubierto contemplándote, admirándote, - me arriesgaré y diré también-  enamorándome. Tú sonreíste  y continuamos cada uno con lo suyo. Tú con tu lectura, yo con mi trabajo; aunque era casi imposible.

Al no poderme concentrar, decidí que lo mejor sería acercarme a saludar. Es algo que no suelo hacer, pero… ¿Nunca has conocido a alguien que te quita el aliento, que te invade en los sueños?
Con la excusa más típica empecé la conversación.

-          ¿Tienes encendedor?
-          No, lo siento. No fumo.
-          Bueno,  no importa…  ¿Mario Bendetti?
-          Sí, La Tregua,  me encanta.
-          A mí también– y una sonrisa se dibujó en ambos rostros.

Me invitó a sentarme y acepté. Conversamos un largo rato y encontramos muchas cosas en común. El libro, la música, el arte, el cine… Perdí la noción del tiempo y recordé que aún tenía trabajo por terminar. Le agradecí por la conversación y me disculpé pues, lamentablemente, me tenía que ir. Me preguntó:
-          ¿Te puedo llamar un día de estos?

Le respondí escribiendo en un pedazo de papel mi número con mi nombre, alcanzándoselo con una sonrisa y él recibiéndola con otra.

No pasaron más de 2 días cuando recibí su llamada y una invitación para salir. Mientras sentía como toda la alegría invadía mi cuerpo, un recuerdo irrumpió mi mente. Me senté y me pregunté si salir con éste chico, “el chico de mis sueños”, era lo más correcto por hacer. Ser infiel y salir con él. Ser desleal y salir con él.
Como si adivinara lo que ocurría dentro de mi mente, recibí la llamada de quién ocupaba mis pensamientos en ése preciso momento. No el “chico de mis sueños”, recibí la llamada del “chico de mi realidad”. Me sorprendí pues no sueles llamar a esa hora.

Llamabas para preguntar cómo estaba, sentías que algo andaba mal. Sentías que había decidido no esperar. Te conté lo que había pasado, de todo lo que hablé con el chico de la cafetería y que íbamos a salir. No podías creerlo y las últimas cinco palabras que lograste decir retumbaron dentro de mí el resto de la noche.
-          Un sin sabor nada más.

Un sin sabor.

Muchas veces nos confundimos con la ilusión. Muchas veces nos dejamos llevar por esos impulsos incorrectos. Por las noches me sigues haciendo falta. Sé que estás lejos, que me extrañas como te extraño yo.
Y es que realmente, estoy cansada de no estar contigo.