A las 4:00am, ella caminaba sola por una calle un tanto peligrosa. Se miraba las manos, decepcionada. No había nadie que a esa hora quisiera entrelazar sus dedos con los de ella,
desde el pulgar hasta el meñique.
No quería regresar la mirada hacia donde él se había quedado. Entre vasos y copas llenas de alcohol, entre besos y abrazos de despedidas.
Caminaba sola y no volteaba la mirada para ver si él había reaccionado y había salido corriendo a buscarla.
“Muy bueno para ser cierto.”, se decía mientras las lágrimas seguían su ya conocido recorrido cuesta abajo.
Tambaleaba un poco, perdía el equilibrio por momentos. A esa hora el alcohol ya era dueño de todo su cuerpo. Es claro que ella tampoco pensaba claramente en lo que hacía, pero la cólera de la decepción le ganaba a la cordura.
Caminaba sola, mantenía la mirada al frente por más que quisiera voltear. Sabía que ya era tarde, muy tarde como para que él se arrepintiera de haberla dejado ir.
Las lágrimas nublaban su vista, pero era incapaz de levantar sus solitarias manos en busca de claridad. Cualquier movimiento era una tentación a ver lo que sucedía a sus espaldas.
Mientras caminaba trataba de recordar cómo había llegado a estar en esa situación. Cómo se había dejado llevar de esa forma hasta llegar al punto de no reconocerse a sí misma.
Sola, caminando y con la mirada al frente tomó la decisión más importante de todo ese día.
“Ya no lo necesito.”
Y sonrió.
Por fin las alas de libertad se abrieron y dolió un poco por la falta de costumbre que tenía al volar, pero vale la pena superar-lo.