Cuando el cuerpo reacciona
a la tristeza,
cuando los ojos se comienzan a humedecer.
Cuando pierdes la visión de las cosas
y sientas que estás
a punto de caer.
Cuando tus manos tiemblen y
cubran tu rostro,
cuando el nudo en tu garganta
esté a punto de salir.
Cuando las fuerzas se agoten
y comiences a ceder.
Es ahí cuando una lágrima
debería caer,
Y aunque la tristeza siga siendo dueña,
esa misma lágrima se reserva
su derecho de aparecer.